martes, 29 de mayo de 2018

YA NO NOS CALLAMOS


Las mujeres hemos decidido que ya no pasamos ni una. Que ya estamos hartas de tanto machismo rancio. Que atrás quedaron los tiempos de la espera, los pasos hacia adelante discretos y las condescendencias. El 8 de marzo de este año fue un punto de inflexión, sin duda, pero tras ese día hemos vivido otros en los que la expresión de la indignación femenina se ha traducido en manifestaciones en las calles y en intercambios dialécticos en las redes.


No han faltado las opiniones, tan airadas y elevadas de tono como ignorantes, de personajes y personajillos que hacen gala, sin reparos ni vergüenza, de su rancio machismo. Eso sí, disfrazado casi siempre de razonamiento democrático indignado.  Una de las últimas muestras ha sido la de Francesc de Carreras, catedrático de Derecho, antiguo militante del PSUC e impulsor del "Manifiesto por un nuevo partido político", génesis de Ciudadanos. Antes tuvimos que aguantar muchas otras, como la del Premio Nobel Vargas Llosa, o la del también cofundador de Ciudadanos Arcadi Espada. 

No voy a entretenerme ni en enumerar a todos esos posmachistas -como diría mi admirado Miguel Lorente- ni mucho menos en reproducir sus exabruptos. Sobre todo porque están publicados y porque no aportan nada al verdadero debate sobre el papel que las mujeres exigimos tener en la sociedad actual. Pero también porque la auténtica protagonista del cambio que estamos viviendo es la calle, que se ha llenado de mujeres, y afortunadamente cada vez más hombres, gritando "igualdad y justicia" cuando se ha producido una sentencia impresentable como la del caso de violación múltiple conocido como el de "la manada". O como ocurrirá en unos días, el 16 de marzo, con motivo del incumplimiento del gobierno del PP con los acuerdos del Pacto de Estado de Violencia de Género.

No tengo la menor duda de que este fenómeno - que empezó a cuajarse hace ya unos años, el 1 de febrero de 2014, cuando la gran oleada feminista salió a las calles en el Tren de la Libertad- figurará en los libros de historia. Esos mismos libros que hasta el momento han silenciado la voz y el protagonismo de las mujeres en el curso de la Humanidad. Porque esa será una de las cosas que cambiaremos: tenemos que ser y seremos protagonistas a partes iguales que los hombres.

Lo que está ocurriendo en el momento y en la sociedad actual, en muchos lugares del mundo, pero de manera muy especial en España, no es una manifestación de supremacismo, no es dogmático ni tiene nada de identitario. Por más que algunos y algunas se empeñen en comparar, aunque sea metafóricamente, el nacionalismo y aún el independentismo con el feminismo o con el maltrato machista. Uno y otro tienen que ver entre sí lo mismo que la sal y el azúcar. El feminismo defiende y lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, por los derechos humanos en definitiva. Y es por definición internacionalista. Y, si no lo es, no es tampoco feminismo. De la misma manera que las y los socialistas no entendemos nuestra ideología fuera del feminismo. El machismo que señala esa analogía sí es, en cambio, supremacista, entendido éste como la creencia o doctrina que señala que un grupo determinado -en este caso los hombres por el solo hecho de serlo- es superior a otro, en el caso que nos ocupa, las mujeres. 

La sociedad, toda ella, también los hombres que se aferran al antiguo régimen, el del reinado del machismo y la subyugación de las mujeres, tiene que digerir que ya estamos en otro momento. Un momento en el que la mitad de esa sociedad ya no acepta otra cosa que no sea un trato en plena igualdad. Que no tolera nada que no sea la mitad de todo. No porque se lo quieran dar o no, sino porque es suyo, porque es nuestro. Que no consiente que le pisoteen sus derechos, que son derechos humanos. Y que todo eso ha pasado de ser una reivindicación a ser una exigencia. A ver si nos vamos enterando.

Post publicado en Tribuna Feminista el 11 de mayo de 2018




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