viernes, 12 de febrero de 2016

RECUPEREMOS EL MINISTERIO DE IGUALDAD


La actividad parlamentaria se va activando semana a semana en el Congreso de los y las Diputados/as (por cierto, quizás deberíamos plantearnos en serio aplicar el lenguaje no sexista ni excluyente a la terminología institucional) El miércoles, 10 de febrero, quedó constituida formalmente la Comisión de Igualdad, de la que formo parte como vocal. Tenemos mucho trabajo por delante, qué duda cabe. Empezando por el Pacto institucional, social y político contra la violencia de género. Esa lacra contra la que no debemos ni podemos resignarnos y para la que sabemos que existen soluciones que darán tarde o temprano frutos. Seguramente no serán inmediatos, la tarea es ardua pero, precisamente por eso, cuanto antes la iniciemos, antes obtendremos réditos. Lógicamente, la Comisión Parlamentaria de Igualdad trabajará en muchos otros campos, como anunció su presidenta, la socialista Pilar Cancela: igualdad salarial, conciliación y usos del tiempo, visibilidad de las mujeres y su representación en los medios de comunicación, así como un largo etcétera. 

Esta semana se ha producido algo tanto o más importante que la constitución de esa comisión parlamentaria. El líder socialista, Pedro Sánchez, quien ha aceptado la propuesta de procurar constituir un nuevo gobierno, anunció ayer que quiere recuperar el Ministerio de Igualdad. Es básico que todos los temas relacionados con igualdad y género se impulsen desde un ministerio específico. Sobre todo porque sólo desde la especialización, y no es una paradoja, se puede conseguir que éste sea un tema presente en todas las acciones de gobierno. Y únicamente desde la transversalidad en la acción política se camina de verdad hacia la plena igualdad. Si nadie vela permanentemente por los intereses del cien por cien de la población, la inercia del día a día hace que todo el mundo tienda a tener poco presente, si no a olvidar, la mitad que constituimos las mujeres. Esa es la esencia y el producto de la sociedad patriarcal en la que vivimos, mal que nos pese.

Todas estas acciones constituyen buenas nuevas para las mujeres y para todas aquellas personas que creemos en la igualdad de género y que luchamos día a día por conseguirla. Cada vez somos más, hombres y mujeres, los y las que tenemos esa como una de nuestras banderas. Algunas tenemos incluso el honor y el privilegio de hacerlo desde lugares donde somos portavoces de la voluntad popular. El recientemente constituido Congreso de las personas Diputadas está cerca de la paridad. Las diputadas somos un 41% de la cámara, un récord que confiemos que se bata de nuevo en la siguiente legislatura.

En esa lucha diaria nos precedieron otras mujeres. Todo comenzó en 1931. Clara Campoamor, una de las tres diputadas en el Congreso, pronunció el histórico discurso que tanto ayudó a conseguir, ese mismo año, el sufragio femenino, que cristalizó en 1933 en las primeras elecciones en las que las mujeres ejercieron su derecho a voto. Tres años más tarde Federica Montseny se convirtió en la primera mujer Ministra en España y pionera en Europa. Aún trascurrieron unas décadas, superado el Franquismo, para que en 1977 la mesa del Congreso registrara por primera vez la presencia de una mujer, y sólo más de veinte años después, en el 2000, una mujer presidió el Congreso. 

Soy, somos, herederas de esas políticas feministas pioneras de los años treinta del pasado siglo a las que deberíamos tener mucho más presentes. Recogemos el legado de Campoamor para avanzar hacia una sociedad más justa e igualitaria, para recuperar lo perdido en estos últimos años de rodillo neoliberal caracterizado por acciones contrarias a los derechos de las mujeres. Lo haremos con mucho menos mérito que Clara, eso por supuesto. Los tiempos son complicados pero ahora somos muchas más y tenemos muchísimo más respaldo social y político que el que ella tuvo. Pero nosotras lo haremos. Otras, pueden también y no lo hacen.











lunes, 1 de febrero de 2016

YO ESTUVE EN EL TREN DE LA LIBERTAD


Hoy se cumplen dos años de la multitudinaria manifestación del Tren de la Libertad. Miles de mujeres y de hombres nos manifestamos aquel sábado 1 de febrero de 2014 desde Atocha hasta los alrededores del Congreso de los Diputados reclamando el mantenimiento del derecho al aborto. La iniciativa partió de un grupo de feministas de Gijón que decidieron movilizarse contra la intención del gobierno del PP, y en particular del entonces ministro de Justicia Alberto Ruiz Gallardón, de reformar la vigente Ley de salud sexual y reproductiva y de interrupción voluntaria del embarazo.

A aquella primera iniciativa de las feministas asturianas se sumaron numerosos grupos de mujeres de toda la geografía española, así como partidos políticos progresistas, liderados por el partido  socialista, y sindicatos.  El resultado fue una marcha histórica que consiguió frenar la embestida del PP contra el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, sobre su maternidad. Frenó un intento de devolvernos a las cavernas, de trasladarnos en el túnel del tiempo hasta otros tiempos en los que ni estaba permitida la contracepción ni, por supuesto, el aborto. Tiempos en los que las mujeres acudían al mercado negro para conseguir anticonceptivos y en los que, las que podían, viajaban a Londres para evitar la progresión de un embarazo en absoluto deseado. Otras perecían en el intento o sufrían graves consecuencias físicas y psicológicas al someterse a abortos clandestinos. Hasta ahí nos quería conducir el PP, pero luchamos denodadamente y conseguimos frenarlo.    

Aquel fue un triunfo importante, pero parcial. El partido en el gobierno no cejó en su empeño de reformar uno de los aspectos de la Ley que impulsó el presidente Zapatero en 2010 y les arrebató a las jóvenes de 16 y 17 años la potestad de decidir por sí mismas si querían seguir o no adelante con sus embarazos. Si eso no fuera suficientemente grave - y a pesar de que Gallardón acabó dimitiendo y que el ministro de Educación, no menos cuestionado, también fue relevado en el cargo- el gobierno de Rajoy recortó tanto como pudo la inversión en programas de educación y prevención de embarazos no deseados y acabó con la asignatura de Educación para la Ciudadanía. En definitiva, demostró que había cedido de buen grado a las presiones de la Iglesia católica y de las organizaciones provida que tantos favores en forma de manifestaciones contra el gobierno Zapatero les había hecho cuando el PP estaba en la oposición. Ni más, ni menos. 

Pasados dos años, revisando el impacto de aquella manifestación y revisionando el magnífico documental realizado por un grupo de cineastas, llego a varias conclusiones y experimento un regusto agridulce: 

1) Se puede decir que lo logramos, que hubo un antes y un después de aquella macha del Tren de la Libertad. Seguramente por eso nos animamos hace unos meses, el 7 de noviembre de 2015, a participar en otra marcha no menos multitudinaria, un clamor que recorrió las mismas y madrileñas calles, esta vez para exigir un Pacto de Estado contra las violencias machistas.  

2) A las mujeres se nos sigue infantilizando, se nos trata como a seres inferiores que debemos ser tutelados por los hombres y por el Estado. De otra manera, y por muy de derechas que sea un gobierno, no cabe en la cabeza semejante ofensiva contra unos derechos adquiridos desde hacía tanto tiempo y que buena parte de la sociedad consideraba no sólo asentados sino indiscutibles. Por la misma lógica se entiende, que no se comprende, que cueste tanto tomar medidas serias contra la violencia de género y que la sociedad tarde tanto en reaccionar contra el terrorismo machista.

3) Constatamos que la repercusión mediática de aquella macromanifestación no fue la justa ni la debida. Cualquier otra causa de tamañas dimensiones, sin ni siquiera incidir en la mitad de la población española como era el caso, hubiese acaparado muchos más titulares, portadas y aperturas de noticiarios que lo que consiguió aquel Tren de la Libertad. Lo mismo podemos decir de la repercusión del 7N de 2015. Ergo, los arquetipos patriarcales siguen asentados en las redacciones de los medios, mal nos pese. Lo sabemos y debemos combatirlos, es una cruzada imprescindible para conseguir una sociedad más igualitaria. 

4) No podemos ni debemos bajar la guardia. Las mujeres y los hombres que creemos de verdad en la igualdad somos muchos y muy combativos. Y tenemos el deber de contagiar al resto de la sociedad que permanece adormecida por el letargo patriarcal. Tenemos un compromiso. Unos y otras lo ejercen desde la sociedad civil, desde asociaciones de todo tipo. Otras y unos simplemente desde su compromiso individual. Y otras y otros, como es mi caso, desde el compromiso político firme y decidido. 

La lucha continúa y bebe de las fuentes de días históricos como aquel 1 de febrero de 2014. Para mí es una satisfacción poder decir que yo estuve allí