martes, 24 de marzo de 2020


VIOLENCIA EN TIEMPOS DE PANDEMIA



La crisis del coronavirus nos ha situado ante el espejo como sociedad. Son muchos los aspectos de nuestra manera de organizarnos que se están poniendo en cuestión. Estamos en parón y en estado shock colectivo. Nuestras rutinas diarias se han trastocado. No somos libres de salir a la calle cuando queramos. Es más, debemos permanecer en encierro domiciliario y transitar únicamente con motivo justificado. Muchas personas dejan de trabajar temporalmente o tele trabajan desde casa. Entre ellos ¿cuántos maltratadores habrá? ¿cuántas víctimas de violencia de género? Para ellas, la convivencia prolongada con su pareja aumenta preocupantemente el riesgo.

Los medios de comunicación únicamente hablan de un tema, la pandemia vírica. La última hora de la alerta sanitaria manda. Parece como si el resto de problemas hubieran quedado aparcados. Nada más lejos de la realidad. Ellas, las víctimas de violencia de género, continúan sufriendo. Y tienen que saber que continúa habiendo alguien al otro lado. Necesitan saber que, pese a que el mundo parece girar en torno a un virus desconocido al que hay que combatir, no se cierran los servicios a los que pueden acudir en busca de ayuda. Siguen disponibles servicios como el teléfono 016, donde se ha implantado el teletrabajo, las fuerzas de seguridad o los juzgados de violencia sobre la mujer. Estos últimos continúan realizando guardias y asegurando el dictado de órdenes de protección, así como cualquier medida cautelar en materia de violencia contra las mujeres y menores. Así lo establecen las nuevas directrices del Ministerio de Justicia para la prestación de servicios esenciales en juzgados y tribunales durante la vigencia del estado de alarma para la contención del COVID19.

Tardaremos más o tardaremos menos pero venceremos, unidos y unidas por supuesto, al coronavirus. Pero la violencia de género continuará, el virus del machismo letal seguirá atacando a nuestra sociedad a menos que unamos fuerzas como lo estamos haciendo contra esta terrible pandemia que nos amenaza y que se expande. Por eso decidimos hace ya más de dos años que estábamos ante una cuestión de Estado. Y, como tal, la abordamos desde los poderes públicos.

Hemos tardado muy poco en armarnos política y socialmente contra el coronavirus. Tenía que ser así para evitar que se propague descontroladamente. Una vez lo superemos, nos tendremos que sentar a reflexionar sobre los peligros que nos acechan en un mundo globalizado e interconectado, deberemos intentar que no se repita la pandemia.
Bastante más nos costó alcanzar consensos políticos sobre la amenaza real de la violencia de género, y no porque las cifras de su contagio y mortalidad fuesen precisamente insignificantes. Aunque el PP de Casado vaya ahora presumiendo de haber aprobado el Pacto de Estado en materia de Violencia de Género bajo la presidencia de Rajoy, es sobradamente conocido que sólo se sentó a negociarlo en 2017, cuando ya habían perdido la mayoría absoluta, nunca antes, a pesar de que el PSOE lo pedía, haciéndose eco de las demandas del movimiento feminista, desde 2014.

Son indudablemente días aciagos, estos que estamos viviendo. Días en los que nos replanteamos muchas cosas, tanto desde el punto de vista personal como social. Le damos vueltas a todo porque esta situación nos ha otorgado algo que escasea en nuestro mundo desenfrenado: tiempo libre de algunas obligaciones y menos prisas. Puede ser una ocasión de oro para replantearnos también si queremos seguir siendo una sociedad en la que no pase semana, a veces ni siquiera un día, sin que tengamos que lamentar un nuevo asesinato. Una sociedad en la que las violencias sexuales proliferan y en la que, al amparo de la ley no escrita que ensalza la mercantilización del cuerpo de las mujeres, bajo el pretexto del mito de la libre elección, se asume como lícitos entretenimientos, también durante el confinamiento, la pornografía y la prostitución.

Probablemente haya llegado la hora de que digamos que ya no más violencias machistas. Y que nos lo creamos de veras y lo pongamos en práctica. Evidentemente no es suficiente con asumir que tenemos un gran problema, tendremos que comprometernos individual y colectivamente, tal y como estamos haciendo con el COVID19.

En estos días de reclusión doméstica, el Estado de Derecho no se paraliza, no desaparece por arte de magia, a pesar de que a los individuos se nos recomiende desaparecer de las calles. Sigue atento a las necesidades de asistencia y protección de las mujeres y menores que sufren todo tipo de violencias machistas. Pero, cada una de las personas que estamos en casa confinadas para frenar la pandemia, tenemos que estar también atentas a nuestro entorno para denunciar estas situaciones. En el último informe anual del Observatorio contra la violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial, hecho público esta semana, su presidenta. Ángeles Carmona, reclama “mayor implicación de familiares y entornos cercanos a la hora de denunciar y no consentir situaciones de malos tratos”. Esa implicación ayuda a ganar terreno, dice Carmona, para combatir la violencia de género y contribuye a que la víctima deje de sentirse sola y desamparada.

Nos lo debemos como sociedad pero, sobre todo, se lo debemos a ellas. Unidas y unidos venceremos al virus y también al machismo.



Artículo publicado en Tribuna Feminista el 18 de marzo de 2020




martes, 17 de marzo de 2020

MACHISMO EN LOS ESCAÑOS


El machismo ultraderechista anda suelto por los escaños del Congreso y el Senado y se muestra irreverente, ajeno a la cortesía parlamentaria que antaño era moneda común en las dos cámaras. Llaman "presidentes" a las presidentas Meritxell Batet y Pilar Llop, en una patética escenificación de desafío rancio de macho bravío.  El “zasca” de la presidenta de la Cámara Alta contestando a un parlamentario de Vox con un rotundo "gracias, señora senadora" aún resuena, días más tarde, en las paredes del Senado. Pero en estos tiempos de impactos en redes, las praxis maleducadas y zafias se contagian a la velocidad del rayo, de manera que en la Cámara Baja fue un diputado de Ciudadanos quien le dio a escoger a Batet entre el tratamiento de "Presidenta o Presidente". 

Insisten esas ínclitas señorías ultraderechistas en el negacionismo de la violencia de género. Y lo hacen sin sonrojarse, pese a que en un mismo día, como lamentablemente ha ocurrido de manera reciente, dos hombres asesinen a sus parejas por el hecho de ser mujeres y por considerarlas carentes de derechos, de libertad, de respeto y de capacidad de decisión, como reza en su exposición de motivos la vigente Ley  de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. Si alguien cree que no hay ninguna relación entre el repunte de la violencia machista y los exabruptos misóginos de algunos políticos, debe tener claro que lo único que estos consiguen es alentar a los hombres que son violentos y debilitar a las mujeres que están sufriendo maltrato. Ya es bastante duro para una víctima de violencia de género decidirse a denunciar, superar el miedo, los sentimientos de culpa, la vergüenza y las dudas sobre si las creerán o no como para, encima, escuchar a algunos de los representantes de la ciudadanía cuestionar la propia existencia de la pesadilla que están viviendo. 

El reconocimiento de una violencia específica contra las mujeres, que trasciende el ámbito privado y que se manifiesta como expresión más brutal de la desigualdad existente en la sociedad entre mujeres y hombres, se produjo con la aprobación de la ley integral en 2004. Trece años más tarde, superada la mayoría absoluta del Partido Popular, el Congreso alcanzó un Pacto de Estado en materia de Violencia de Género. Esos consensos no pueden ni deben romperse. Está en juego la vida de demasiadas mujeres. 

Estamos ante la expresión política de una nueva cara del machismo, que siempre es suficientemente hábil como para adaptarse a los tiempos, para sobrevivir a los avances, por otra parte irrefrenables, del feminismo. Sus fuentes son la falsedad y la manipulación de datos. Apelan a las denuncias falsas aunque esté reiterada y estadísticamente probado que son sumamente anecdóticas. Pretenden defender al violento presentando a su víctima como verdugo. Y hablan de violencia doméstica con el ánimo de confundir, a sabiendas de que se refiere a un fenómeno sin el componente de género que ya tiene otro marco normativo con el que se castiga a las personas que agreden dentro del ámbito familiar.

Mientras esto ocurre, la sociedad se rebela y se organiza, en movimientos que se hacen globales, contra las agresiones machistas, exigiendo igualdad real para las mujeres, denunciando y señalando a los machistas violentos. El 8 de marzo y el 25 de noviembre, días señalados en el calendario, dan notoriedad al grito de “Basta ya” que suena todo el año, cada vez más alto y decidido. Existen organizaciones de hombres que dan un paso adelante para mostrar su rechazo a los violentos, porque la mayoría no lo son. Solo hace falta que esa mayoría haga evidente su contrariedad, como lo hacen las mujeres.

Movimientos como el "MeToo" han hecho caer como castillos de naipes el prestigio de personalidades públicas cuya verdadera cara ha quedado al descubierto. Así, Plácido Domingo ha terminado pidiendo perdón a las víctimas de sus reiterados acosos sexuales a lo largo y ancho del orbe y del tiempo. Y se ha declarado culpable en un juicio al productor Harvey Weinstein. Mujeres valientes denunciado a sus acosadores, a sus violadores, y otras muchas, y muchos, les han creído. El Ministerio de Cultura ha anunciado la cancelación de recitales del tenor español que reconoció su responsabilidad en las acusaciones de acoso sexual lanzadas contra él, actitud que contrasta con la de personajes públicos y políticos incrédulos hasta hace nada ante las denuncias de las mujeres acosadas.

Tenemos la responsabilidad política y social de responder como es debido a lo que puede y debe ser el último coletazo del machismo resistente. Debemos hacerlo con seriedad, legislando para proteger más y mejor a las víctimas y combatiendo los discursos que las ningunean y que alientan a los maltratadores. Callar no es una opción.