miércoles, 1 de julio de 2020

UN ASESINATO POR SEMANA



Un asesinato machista cada semana, durante dieciséis años, hasta las mil mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas. La cifra, que retruena como un martillo en la mente de cualquier persona decente que la lea, se desprende de un informe que acaba de hacer público el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) El estudio parte del inicio de la contabilidad de los asesinatos por violencia de género, en enero de 2003, y se detiene en el crimen número 1000. Una cifra redonda y terrorífica, un millar de mujeres que vieron truncada su vida solo por ser mujeres. Mujeres que tenían un nombre, una historia. Diana Yanet Vargas inauguró el listado en enero de 2003. Antes hubo muchas, muchísmas otras, a lo largo de los años, de los siglos. Pero nadie lo tuvo en cuenta, porque se consideraba como algo intrínseco al amor. Lo llamaban crimen pasional. Ana Lucía da Silva Sepulchro fue la víctima número mil. Tras ella, tras el hombre que la asesinó - un malagueño que años atrás ya había asesinado a su primera mujer- muchos otros que también usaron la brutalidad contra la que consideraban una más de sus posesiones. Todo ello, sin detrimento de las tragedias colaterales o directamente relacionadas con la violencia de género: los niños y niñas asesinados y que no entran en el estudio porque solo se empezaron a contabilizar a partir de 2013 y los que las mujeres asesinadas dejaron huérfanos y que ascienden en el informe hasta 765 menores.


Mientras escribo este artículo, en la radio las noticias se hacen eco de dos agresiones machistas. Una de ellas, en Andalucía, un asesinato acaecido en febrero pero que solo ahora se revela como crimen machista. Y en Murcia, otra mujer, agredida y secuestrada durante una semana por su ex marido, se libra alertando por el móvil a una familiar de lo que podría haber sido un desenlace fatal para ella y probablemente para sus hijos, porque la amenaza existió. Tal y como advertían personas expertas en violencia de género, como Miguel Lorente, el desconfinamiento y la "nueva normalidad" afloran nuevos y cruentos casos y ponen en peligro a muchas mujeres a las que, durante los últimos meses, sus maltratadores han tenido bajo su control. 

Todo esto relatado así, puesto negro sobre blanco, sobrecoge. Encoge el alma porque no son cifras, son mujeres asesinadas a razón de una por semana, un sanguinario goteo de muerte incomprensible. Son menores que crecen en un ambiente de violencia, algunos la reproducirán en el futuro si no ponemos remedio, como víctimas o como victimarios. Y otras miles que sufren violencia de todo tipo, ejercida por hombres, parejas o no, a lo largo y ancho de España, y en ocasiones a lo largo de toda su vida, aún sin llegar a denunciarla. Sin embargo, a la vez que sucede todo este desastre que atenta contra los pilares de nuestra sociedad e incluso de nuestra democracia, una fuerza con representación parlamentaria se permite cuestionar la propia existencia de estos hechos. 

La ultraderecha agrede con su actitud, con sus propuestas y con sus mentiras a todas las mujeres, alienta a los maltratadores y debilita a las víctimas. Y, con ella, sus vecinos de escaño, el otrora pretendido partido de Estado, alternativa de gobierno y firmante del Pacto contra la Violencia de Género en 2017, el Partido Popular. Hace escasos días, tras el triple asesinato machista en Úbeda de una mujer y sus dos hijos, el presidente de la Junta de Andalucía, el popular Juan Manuel Moreno Bonilla, se refería sin pudor a lo acontecido como "crimen familiar" y lo calificaba de "suceso". El lenguaje determina nuestra percepción de la realidad y, si no se ajusta a ella, nuestra percepción de lo que sucede se distorsiona y hay aspectos que se invisibilizan. Eso es lo que hace VOX con la violencia de género cuando la niega, cuando la llama violencia intrafamiliar o violencia doméstica, que son cosas distintas.  Y miente. Miente y lo sabe cuando acusa a las mujeres de interponer denuncias falsas como quien va a la peluquería. Miente cuando las acusa de asesinar y maltratar a sus parejas y a sus hijos a la par que lo hacen contra ellas. Miente cuando asegura que hay que derogar la Ley Integral contra la Violencia de Género porque discrimina a los hombres y les causa indefensión. Miente cuando advierte que los asesinos son casi siempre de origen extranjero. Las estadísticas oficiales, informes como el del CGPJ, la hemeroteca y hasta sentencias del Tribunal Constitucional prueban lo contrario. 

Hacerle el juego a la ultraderecha, a la vez que recortas en recursos destinados a la lucha contra la violencia de género, como hace el PP en Andalucía, es poner a las mujeres que están en peligro por violencia de género a los pies de los caballos. La lucha contra la violencia de género necesita con urgencia volver al consenso del Pacto de Estado. Precisa, para avanzar con éxito, del compromiso de toda la sociedad. También del ejercicio responsable de todos los medios de comunicación. Con el asesinato de Úbeda hemos tenido que asistir, de nuevo, al lamentable espectáculo de la justificación y redención mediática, a la par que social, del maltratador alegando a una supuesta "buena paternidad", aunque asesinara a sus hijos, o a "transtorno mental". Hemos visto, como casi siempre, cómo algunos medios se dedican a buscar esas justificaciones amarillistas y nada profesionales en el entorno del asesino. 

En una época convulsa y líquida, como diría Zygmunt Bauman, nuestro compromiso para erradicar la violencia machista tiene que ser, como sociedad, como instituciones y como representantes políticos, asentado y firme. Cualquier otro posicionamiento atenta contra los derechos humanos de las mujeres y no es democrático.   

Artículo publicado en Tribuna Feminista el 22 de junio de 2020