miércoles, 30 de marzo de 2016

EL FALSO DEBATE SOBRE LA PROSTITUCIÓN

El anuncio de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que el gobierno municipal estudia la regulación de la prostitución en la Ciudad Condal ha provocado no pocos posicionamientos y manifiestos en contra, tanto por parte de colectivos y asociaciones feministas como de líderes políticos, la mayoría alcaldesas socialistas. No es para menos. Tamaña barbaridad sólo puede partir de una ignorancia supina sobre el asunto en cuestión o de la frivolidad más irresponsable. A cuál peor. 

Los partidarios de la legalización de la prostitución parten de la premisa tramposa de que debe ser permitida en tanto en cuanto quien la ejerza lo haga de manera libre y voluntaria. craso error. Esa es la formulación repetida como un mantra por un grupo reducido y hasta cierto punto exclusivo de personas que defienden a capa y espada su opción de ejercer la prostitución desde la libertad individual u como una profesión harto lucrativa, incluso mucho más digna que otras, como por ejemplo el servicio doméstico o la limpieza. Esa defensa ha sido difundida por la mayoría de medios de comunicación sin ningún pudor y con evidentes intereses económicos, no olvidemos el lucro que generan los anuncios de prostitución.

La realidad es, en cambio, muy distinta. la verdad que se esconde tras la prostitución, en un porcentaje abrumador de los casos, son las mafias, la trata de personas -mujeres mayoritariamente, pero también niñas y niños-, la esclavitud y el sometimiento y la vejación de esa gente que algunos y algunas nos quieren hacer creer que son libres y ejercen un oficio como cualquier otro. 


Hay aún otro análisis, el de la igualdad de género, que no debemos perder de vista en esta falsa discusión sobre la necesidad de legalizar o perseguir la prostitución. Para situarnos en esta óptica, debemos considerarla como lo que es: una forma, de las más brutales, de violencia contra las mujeres y una perpetuación de la dominación patriarcal que sí, es cierto, hace mucho que se ejerce, pero que no por ello debemos resignarnos a su continuación. Hace unas décadas, unos años incluso, casi nadie condenaba, ni privada ni públicamente, la violencia de género. Ahora, aún lejos de erradicarla, intentamos combatirla y la condenamos enérgicamente y de manera explícita. De la misma manera, debemos desterrar toda tentación de legalizar la prostitución. La sociedad con la que muchas y muchos soñamos y por la que luchamos a diario no es una sociedad en la que nuestros niños y adolescentes crezcan pensando que son superiores a las niñas porque cuando sean mayores podrán pagar por poseerlas físicamente. No es una sociedad en la que las jóvenes con menos recursos tengan que plantear la prostitución como una opción normalizada, social y legalmente aceptada. 

Ni como mujeres, ni como feministas ni como personas de izquierdas podemos ni debemos ceder ante trampas tendidas por el patriarcado y por la ideología neoliberal que no pretende otra cosa que mercantilizar el cuerpo de las mujeres. Por eso, precisamente, sorprende que lo hagan algunas representantes de la izquierda y, aún, de la autodenominada "nueva política". Es evidente la necesidad de perseguir a los proxenetas - que no a las mujeres a las que prostituyen- así como a los clientes, a los que debemos condenar socialmente de la misma manera que lo hacemos con los que ejercen violencia de género.

Hay diversos países que ya han experimentado los efectos tanto de la legalización de la prostitución como de su abolición. Holanda y Alemania optaron por la primera y ha resultado un auténtico fracaso: las desigualdades de género y de clase se han hecho más profundas, la persecución de las mafias se ha convertido en un reto complicado y muchas mujeres demandantes de empleo se han encontrado en los servicios de ocupación con ofertas para ejercer como prostitutas. Patético. Otras sociedades como la sueca, en cambio, han visto como fructificaba su opción de combatir la prostitución, acompañada de medidas sociales y de inserción laboral para las mujeres que la ejercían. En Suecia, un 60% de esas mujeres han podido cambiar de actividad, el tráfico de personas con fines de explotación sexual casi se ha erradicado y las mafias han dejado de actuar en el país, sencillamente porque ya no ven negocio allí. El Parlamento Europeo, por su parte, desaconseja a todas luces la legalización porque considera que sólo beneficia a las mafias y a los proxenetas. 

¿A qué jugamos, entonces? ¿Por qué desde algunos sectores, entre ellos algunos supuestamente progresistas, se insiste en que la legalización o incluso la regularización, son medidas a considerar? ¿Por qué se apela continuamente al derecho a elegir libremente cuando sabemos, como bien dice Ana de Miguel, que no es más que un mito? ¿O es que, si mañana alguien desesperado y sin recursos decide someterse a esclavitud para sobrevivir lo aceptaremos también con el argumento de que lo hace libremente? ¿Permitimos acaso la poligamia porque los y las participantes en ella digan que se someten voluntariamente?Afortunadamente hay voces lúcidas que apelan a la abolición de la prostitución, como las de las alcaldesas del entorno de Barcelona Núria Parlon, Núria Marín, Lluïsa Moret y Mercè Conesa, quienes junto con la de la vicepresidenta del Movimiento Democrático de Mujeres, Cristina Simó, han firmado un artículo en contra de la iniciativa de Ada Colau. O las de los impulsores y los firmantes del manifiesto Zero Macho, un colectivo de hombres que va en la misma línea que las alcaldesas. Confiemos en que no esté lejano el día en el que nos miremos en Suecia y abominemos de otros modelos fracasados. Ojalá.







martes, 8 de marzo de 2016

ANTE EL 8 DE MARZO: DESTERRANDO EL PATRIARCADO

Definía Kate Millet el patriarcado (La política sexual, 1970) como un sistema de poder interpersonal por el cual el hombre individual domina a la mujer individual. Casi medio siglo más tarde aún no hemos resuelto los conflictos provocados por el patriarcado y continuamos dedicando días como este 8 de marzo a la reivindicación de la igualdad y de los derechos de las mujeres. Derechos que se han alcanzado, en su mayoría, en el marco legislativo pero que no tienen su aplicación práctica en la realidad cotidiana.

Un buen análisis de la situación actual de las mujeres en el mundo y del daño que el dominio del patriarcado continúa haciendo a la igualdad no debe excluir en ningún caso la contraposición y la relación entre las esferas pública y privada. Son muchos los estudios que comparan la situación de las mujeres respecto de los hombres en relación con el mundo laboral, el educativo, su representación en los medios de comunicación, el empoderamiento femenino, etc. Las conclusiones suelen ser que aún nos falta mucho camino por recorrer para conseguir la plena igualdad, la igualdad real entre los dos sexos. Pero quizás nos fijamos poco en la responsabilidad que en ello tiene la división de roles en el ámbito privado. Cambiar definitivamente el contrato privado, ese que marca la diferencia de roles entre mujeres y hombres de puertas adentro de nuestras casas es fundamental para avanzar en la igualdad, porque esa distinción entre "cosas de hombres y de mujeres", que existe aun más de lo que nos parece en la casa de cada cual, tiene después su traslación al ámbito público, a lo que ocurre en la calle o en los lugares de trabajo.  

La brecha salarial es una evidencia y no cabe duda de que en buena medida a las mujeres se les paga menos porque se considera al trabajo femenino como secundario y complementario del de sus parejas masculinas. Sólo así podemos entender que algunos empresarios continúen buscando subterfugios como complementos salariales inverosímiles para pagarles más a ellos por igual trabajo. Esas mujeres que cobran menos son las mismas que cuando llegan a sus hogares son víctimas de la doble jornada y esclavas de las tareas de cuidado de personas a "su cargo". Las mismas que ponen la tele y se ven representadas como las responsables de limpiar su casa o de hacer la compra, sin olvidarse de estar estupendas para ellos, que son los que conducen los mejores coches.  

Esas mujeres que cobran hasta un 25% menos que sus compañeros ven penalizada en el ámbito laboral su dedicación al ámbito privado porque en muchos casos se ven abocadas a un contrato parcial o a la intermitencia en el trabajo. Acabar con el tan manido "techo de cristal" no es únicamente cuestión de leyes, que también, sino que necesita de un nuevo contrato privado entre mujeres y hombres. Y eso no sucederá mientras el patriarcado hunda sus raíces en nuestra sociedad.

Son numerosos en nuestro día a día los ejemplos de machismo, incluso de micromachismos, esos gestos cotidianos que suelen pasar desapercibidos - especialmente por ellos, evidentemente, porque los naturalizan -  pero que minan nuestros derechos como mujeres. Últimamente han aparecido algunos videos que ironizan con bastante acierto sobre estas situaciones, muchos de ellos ponen frente a un espejo a los hombres en situaciones que no resisten el cambio de protagonista: nos parecen "normales" cuando nos suceden a las mujeres pero resultan ridículas o sencillamente imposibles cuando les ocurre a ellos. Algo pasa, y está claro que debe dejar de pasar de una vez por todas.

La cultura del patriarcado es extensa y profunda y actúa transversalmente. Lo hace, además, de forma cada vez más sibilina, con una marcada tendencia hacia la corrección política. El machismo es como la energía, ni se crea ni se destruye, únicamente se transforma. Es cuestión de supervivencia. Por eso debemos atacarlo en sus raíces más profundas, sólo así lo destruiremos y daremos paso a una sociedad efectivamente igualitaria.