TENEMOS QUE PARAR EL VIENTO EN CONTRA
Soplan
vientos de retroceso que quieren acabar con los avances en igualdad que las
mujeres hemos conseguido. El empeño del movimiento feminista, secundado por la
acción de Gobierno en estos últimos nueves meses, ha hecho saltar los resortes
del patriarcado. Demasiada lucha como para dejarse ganar el pulso. El 8M
tenemos que salir a la calle a gritar bien alto que es el tiempo de las mujeres.
Y que, de aquí, no nos mueve nadie.
Al
patriarcado le han saltado todas las alarmas. Se nota en las andanadas
antifeministas de la derecha seguidista de la ultraderecha, y en el nerviosismo
de la Iglesia. Ven que avanzamos en nuestra lucha y nos quieren parar antes de
que acabemos nosotras con el constructo patriarcal de la sociedad. Siguiendo el
dicho de que la mejor defensa es un buen ataque, el neoliberalismo quiere
usarnos para su avance imparable. La afrenta pretende obtener dos réditos. De
un lado, contener los avances en igualdad para asentar los privilegios de la
mitad de la población a costa de la otra mitad. Y, a la vez, hacer negocio con
ese sometimiento.
En
realidad, el quid de la cuestión está en el segundo elemento. Quieren usar
nuestros cuerpos para hacer negocio y para no perder un estatus adquirido a lo
largo de siglos a costa de nuestro sacrificio y sometimiento. A eso, ni más ni
menos, responden los intentos de regularizar la prostitución con la excusa de
la libertad individual para elegir prostituirse, en contra de la oleada
abolicionista que denuncia la explotación sexual de las mujeres. En la misma
línea y usando el mismo falso mito, la insistencia por legalizar los vientres
de alquiler. Detrás de la prostitución y de la llamada gestación subrogada hay
un sustancioso negocio que se puede ir al traste si vencen los postulados que
defendemos las feministas.
En uno y otro caso observamos cómo el neoliberalismo
va de la mano de determinados partidos políticos que dan cobijo y hacen bandera
de los anhelos de una parte minoritaria de la sociedad para hacerlos pasar por
derechos. En uno y otro tema, el dinero es el que mueve esos intereses. Lo
curioso es que formaciones recién llegadas y que se presentaban como renovadoras
y adalides de la higiene política sean las que luchan por conseguir y en otros
casos consolidar formas de explotación de la mujer tan cercanas a la
esclavitud. ¿Hay algo más retrógrado, acaso? Más curioso aún que defiendan esos
postulados algunas de las formaciones que se reclaman de izquierdas, como
ocurre con la apología denodada que del proxenetismo hace la alcaldesa de
Barcelona, Ada Colau. Tanto es así, que en aquella ciudad de nuevo, y van ya
algunas ocasiones, ha provocado un cisma en el feminismo que se ha extendido a
otros territorios.
Las
resistencias se manifiestan y se materializan también en otros ámbitos. El
aborto es un campo de batalla recurrente de la derecha, atizada por una Iglesia
a la que más le valdría cuadrarse de verdad ante temas como los abusos sexuales
y la pederastia en su seno. El líder del PP no tiene otra cosa en la que
entretenerse que en darnos lecciones a las mujeres “de lo que llevamos dentro
cuando estamos embarazadas” y pedirnos que tengamos hijos. Algo parecido hicieron
en anteriores ocasiones y les salió mal porque inundamos las calles de violeta.
Tampoco en este caso es una cuestión meramente ideológica. Interesa revertir la
caída de la natalidad, tener cotizantes que nos paguen las pensiones, pero no a
fuerza de políticas de conciliación, permisos parentales y medidas contra la
brecha salarial que permitan compaginar trabajo y crianza, como hace el actual
Gobierno. Es más rentable y barato, desde el punto de vista patriarcal, que nos
dediquemos a parir y nos olvidemos de progresar laboralmente. Y a cuidar, eso
también. ¿Para qué queremos una ley de Dependencia bien dotada con un
incremento del 60% si nosotras ya
cuidamos? ¿Para qué impulsar la educación gratuita de cero a tres años, como
pretendía Pedro Sánchez con sus Presupuestos, si ya están las mamás? ¿Para qué?
Sin ese pìlar, el de los cuidados, nuestra sociedad se desmorona. La cuestión
es si están bajo el amparo público o en el ámbito privado a cargo de las
mujeres.
Para
que nos estemos quietecitas, hay que “domesticarnos”, tenernos amedrentadas es
útil. Los dictados de la moda, los cánones de belleza y todo el poso cultural
en el que nos socializamos contribuyen a reproducir los estereotipos y la diferenciación
de roles de los que somos rehenes. Cuesta mucho liberarse de ese corsé en el
que nosotras nos llevamos seguramente la peor parte pero del que también ellos
son prisioneros. Aunque la peor arma es la violencia machista en sus múltiples
manifestaciones, que resulta de todo lo anteriormente citado y, a la vez, es
una herramienta de conservación de esa arquitectura social contra la que
luchamos desde el feminismo.
Por todo
eso vale la pena luchar todos los días y teñir de lila las calles el 8 de
Marzo. El próximo viernes, nuestra voz se dejará oír más fuerte que nunca.
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