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jueves, 4 de abril de 2019


TENEMOS QUE PARAR EL VIENTO EN CONTRA



Soplan vientos de retroceso que quieren acabar con los avances en igualdad que las mujeres hemos conseguido. El empeño del movimiento feminista, secundado por la acción de Gobierno en estos últimos nueves meses, ha hecho saltar los resortes del patriarcado. Demasiada lucha como para dejarse ganar el pulso. El 8M tenemos que salir a la calle a gritar bien alto que es el tiempo de las mujeres. Y que, de aquí, no nos mueve nadie.

Al patriarcado le han saltado todas las alarmas. Se nota en las andanadas antifeministas de la derecha seguidista de la ultraderecha, y en el nerviosismo de la Iglesia. Ven que avanzamos en nuestra lucha y nos quieren parar antes de que acabemos nosotras con el constructo patriarcal de la sociedad. Siguiendo el dicho de que la mejor defensa es un buen ataque, el neoliberalismo quiere usarnos para su avance imparable. La afrenta pretende obtener dos réditos. De un lado, contener los avances en igualdad para asentar los privilegios de la mitad de la población a costa de la otra mitad. Y, a la vez, hacer negocio con ese sometimiento.

En realidad, el quid de la cuestión está en el segundo elemento. Quieren usar nuestros cuerpos para hacer negocio y para no perder un estatus adquirido a lo largo de siglos a costa de nuestro sacrificio y sometimiento. A eso, ni más ni menos, responden los intentos de regularizar la prostitución con la excusa de la libertad individual para elegir prostituirse, en contra de la oleada abolicionista que denuncia la explotación sexual de las mujeres. En la misma línea y usando el mismo falso mito, la insistencia por legalizar los vientres de alquiler. Detrás de la prostitución y de la llamada gestación subrogada hay un sustancioso negocio que se puede ir al traste si vencen los postulados que defendemos las feministas. 
En uno y otro caso observamos cómo el neoliberalismo va de la mano de determinados partidos políticos que dan cobijo y hacen bandera de los anhelos de una parte minoritaria de la sociedad para hacerlos pasar por derechos. En uno y otro tema, el dinero es el que mueve esos intereses. Lo curioso es que formaciones recién llegadas y que se presentaban como renovadoras y adalides de la higiene política sean las que luchan por conseguir y en otros casos consolidar formas de explotación de la mujer tan cercanas a la esclavitud. ¿Hay algo más retrógrado, acaso? Más curioso aún que defiendan esos postulados algunas de las formaciones que se reclaman de izquierdas, como ocurre con la apología denodada que del proxenetismo hace la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Tanto es así, que en aquella ciudad de nuevo, y van ya algunas ocasiones, ha provocado un cisma en el feminismo que se ha extendido a otros territorios.

Las resistencias se manifiestan y se materializan también en otros ámbitos. El aborto es un campo de batalla recurrente de la derecha, atizada por una Iglesia a la que más le valdría cuadrarse de verdad ante temas como los abusos sexuales y la pederastia en su seno. El líder del PP no tiene otra cosa en la que entretenerse que en darnos lecciones a las mujeres “de lo que llevamos dentro cuando estamos embarazadas” y pedirnos que tengamos hijos. Algo parecido hicieron en anteriores ocasiones y les salió mal porque inundamos las calles de violeta. Tampoco en este caso es una cuestión meramente ideológica. Interesa revertir la caída de la natalidad, tener cotizantes que nos paguen las pensiones, pero no a fuerza de políticas de conciliación, permisos parentales y medidas contra la brecha salarial que permitan compaginar trabajo y crianza, como hace el actual Gobierno. Es más rentable y barato, desde el punto de vista patriarcal, que nos dediquemos a parir y nos olvidemos de progresar laboralmente. Y a cuidar, eso también. ¿Para qué queremos una ley de Dependencia bien dotada con un incremento del 60%  si nosotras ya cuidamos? ¿Para qué impulsar la educación gratuita de cero a tres años, como pretendía Pedro Sánchez con sus Presupuestos, si ya están las mamás? ¿Para qué? Sin ese pìlar, el de los cuidados, nuestra sociedad se desmorona. La cuestión es si están bajo el amparo público o en el ámbito privado a cargo de las mujeres.

Para que nos estemos quietecitas, hay que “domesticarnos”, tenernos amedrentadas es útil. Los dictados de la moda, los cánones de belleza y todo el poso cultural en el que nos socializamos contribuyen a reproducir los estereotipos y la diferenciación de roles de los que somos rehenes. Cuesta mucho liberarse de ese corsé en el que nosotras nos llevamos seguramente la peor parte pero del que también ellos son prisioneros. Aunque la peor arma es la violencia machista en sus múltiples manifestaciones, que resulta de todo lo anteriormente citado y, a la vez, es una herramienta de conservación de esa arquitectura social contra la que luchamos desde el feminismo.

Por todo eso vale la pena luchar todos los días y teñir de lila las calles el 8 de Marzo. El próximo viernes, nuestra voz se dejará oír más fuerte que nunca.


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