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lunes, 22 de agosto de 2016

¡FELICIDADES, CAMPEONAS!


Las Olimpiadas de Río 2016 ya son historia. Para el olimpismo español, el medallero arroja un discreto 14º puesto con 17 metales, lejos aún del resultado de Barcelona ´92. Pero podría haber sido mucho peor si la competición se hubiese limitado a las pruebas y los atletas masculinos. Entonces nos hubiéramos tenido que contentar con 8 medallitas de nada, la mitad de las cuales hubiesen sido de bronce. Colombia tiene 8 medallas, y figura en el puesto 23 del ranquing, bastante más atrás que España. 

Digo esto sin acritud, con todo mi respeto y admiración por el deporte masculino. De hecho soy una declarada forofa del Barça, del primer equipo, el que lidera un monstruo del balón como es Messi. Lo que ocurre es que si las mujeres somos la mitad de la población y ganamos más medallas que ellos, más oros y platas que nuestros compatriotas deberíamos ocupar, como mínimo, los mismos espacios mediáticos y obtener el mismo respecto, trato y consideración por parte de la prensa que ellos. Pues no. Si algo ha quedado claro y patente en estas olimpiadas que dejamos atrás es que las columnas periodísticas y los relatos televisivos, radiofónicos, así como, por ende, los elogios en las redes sociales, se los llevan los caballeros. Siempre ellos, ganen o pierdan. Y cuando son ellas las que ganan, es porque hay algún caballerete - léase entrenador- que lo ha hecho posible. 

Lo que está claro es que no podemos pedir peras al olmo. El deporte femenino está considerado, con olimpadas o sin ellas, como si fuera de segunda clase. Cierto es que el público consume mayoritariamente deporte masculino, pero no lo es menos que se habitúa a lo que le dan. Y si es prácticamente imposible ver en televisión y en un canal con audiencia una competición femenina por muy elevada y de calidad que sea (afortunadamente cada vez se prodigan más, pero aún estamos muy lejos de la igualdad), no podemos pretender que el "chip" del periodista deportivo de turno, como el de la persona que está siguiendo los Juegos, cambie de la noche a la mañana, y sea capaz de valorar en su justa medida los logros de nuestras deportistas de élite.

No lo hace porque en su rutina diaria no está acostumbrado - o acostumbrada - a ello, y porque vive en una sociedad que es todavía incapaz - en general- de valorar a las mujeres por sus capacidades físicas e intelectuales y no por sus cualidades físico-sexuales (si es o no sexi, si es más o menos femenina, etc) y/o por sus circunstancias (si está casada o ennoviada, si tiene o quiere tener hijos, si su entrenador es más o menos capaz, si nada como un hombre o si es la reencarnación en versión femenina de un grande del atletismo...) Lo ha constatado un estudio de la Universidad de Cambridge que se ha hecho público coincidiendo con las olimpiadas. Esto último es lo que los medios han destacado de nuestras deportistas. Triste, pero no por ello inesperado, sólo es el reflejo de lo que vivimos día tras día en nuestra sociedad y en nuestros medios de comunicación.

Pero no desesperemos y, sobre todo, no tiremos la toalla. Hay algo que me parece positivo en todo este vergonzante panorama. Nunca, como en estos Juegos Olímpicos, se había hablado tanto y se había suscitado tanta polémica por los titulares machistas reiterados. Porque anteriormente también los había, como digo. La diferencia quizás estribe, por una parte, en que la virtud de las olimpiadas es que suponen un escaparate para todas las disciplinas deportivas, las mayoritarias y las minoritarias. Y en estas últimas nos vemos obligadas a incluir también los deportes de masas cuando las que compiten son mujeres. Por otra parte, la audiencia está afortunadamente cada vez más sensibilizada y tolera menos los insultos y menosprecios de base machista y patriarcal.

Por todo ello, esperemos, confiemos, en que Río 2016 constituya un punto de inflexión, marque un antes y un después en el relato periodístico del deporte femenino en este país y en el mundo en general. Y no sólo eso, deseemos que todos esos titulares dignos de suspenso en cualquier facultad de periodismo sirvan al menos para que la sociedad haga una profunda reflexión sobre el déficit de igualdad que aún la impregna. Y ponga, pongamos entre todas y todos, remedio de una vez por todas. 


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