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viernes, 16 de octubre de 2015

MUJERES POBRES (¿SALIMOS TAMBIÉN NOSOTRAS DE LA CRISIS? II PARTE)

Este sábado, 17 de octubre, se conmemora el Día Internacional para la Erradicación de la PobrezaSe está hablando mucho estos últimos años de la feminización de la pobreza. Como la mayoría de sentencias, corremos el riesgo de que éste se convierta en un eslogan más al que terminemos por banalizar y restarle importancia, quedándonos en lo superficial y sin ahondar en lo que verdaderamente hay detrás de ese término.

Según el informe de la Fundación FOESSA 2015 sobre Empleo Precario y Proteción Social, la crisis ha originado un espejismo que infrarrepresenta y hasta invisibiliza las desigualdades de género. Esto ocurre porque los datos de carácter individual que se utilizan en las estadísticas se han obtenido en realidad a partir de una información agregada relativa al hogar como una unidad. Es decir, que las situaciones particulares de las mujeres quedan ocultas bajo el manto de la renta familiar y se considera que todos los miembros comparten el mismo nivel de pobreza y de exclusión social. Pero, generalmente, esto no es así.

El mismo informe pone de manifiesto que casi la mitad de las mujeres en España son pobres o pasarían a serlo si no contaran con los ingresos de otros miembros de su hogar. El bienestar material de estas mujeres depende, en consecuencia, de que continúen vinculadas a esa institución familiar porque no tienen ninguna independencia económica. En términos de pobreza, esas mujeres no se contabilizan, pero potencialmente, y desde luego en el momento en el que se rompen esos vínculos familiares, son candidatas a engrosar las cifras de la exclusión social. Esta situación es especialmente grave cuando en el seno familiar se producen situaciones de violencia de género y cuando, aún sin haberla, se rompe la pareja pero la mujer no se atreve a abandonar la casa familiar por esa falta de independencia.

Las mujeres que perciben ingresos por jubilación también salen perdiendo en comparación con los hombres que alcanzan esa situación sencillamente porque, en términos generales, los niveles de cotización son inferiores en el caso de ellas.

Si hablamos de hogares monoparentales – a los que haríamos bien en llamar monomarentales- los niveles de empobrecimiento también son mayores que en el caso de familias constituidas por dos personas con su descendencia. Este es un tipo de hogar indiscutiblemente feminizado: en cuatro casos de cada cinco la mujer es la persona que se responsabiliza en solitario de la familia. Estas familias han sufrido con especial énfasis los efectos de la crisis, hasta el punto de que entre 2009 y 2013 el número de hogares monomarentales en situación de exclusión social ha aumentado tres veces y media.


Permanecer impasibles no es solución. Es necesario reaccionar, pasar a la acción para atajar estas situaciones. La pobreza está a nuestro lado y viste ropa de mujer, en muchos casos. La base de esa desigualdad es, como siempre, social, de clase. Pero, además, cuando hablamos de las circunstancias citadas, es de género. Y eso tampoco debemos ignorarlo. Hay soluciones, remedios. Desde luego, acabar con toda discriminación por razón de sexo sería un buen principio. Mientras tanto, hay que acudir en ayuda de estas personas que lo están pasando mal a la vuelta de la esquina, como muchos ayuntamientos están haciendo ya. Y conseguir unas mínimas garantías de supervivencia de carácter universal. Ante un día internacional como el 17 de octubre reflexionemos, sí, y reivindiquemos, por supuesto. Pero actuemos, sobre todo, actuemos.

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